martes, 12 de julio de 2011

Lidiando con mi «pasa» (II)


Yusimí Rodríguez, 23 de junio de 2011


Eso fue en el año 1994, cuando me convertí en modelo, una profesión para la que me faltaban unos cinco centímetros de estatura en los lugares menos exigentes, pero incluso en estos había que resolver el problema de mi pelo.

El problema se hizo evidente porque teníamos un desfile, el primero, después de casi seis meses de clases. En esos días yo no me había pasado el peine. La solución para el momento fue tejerme unas «carreritas». Claro, eso solo podía ser una solución temporal y no mi imagen como modelo. De las otras cuatro muchachas negras, dos estaban desrizadas y las otras dos tenían «pelo». Cuando el estilista terminó de trenzarme, se paró frente a mí y dijo: «Aquí el pelo sobra, lo que hay que hacer es pelarla a rape». Eso fue lo que hice dos días después. ¿La verdad? Fue la solución perfecta. No solo porque la gente, de pronto, me encontraba preciosa, si no porque me sentía libre. Había escapado de las colas para someter el cráneo al calor del peine, los rolos, los comentarios sobre el pelo bueno y el pelo malo. Me pelaba a rape cada quince días.

Durante esos años aprendí a sentirme bella sin necesidad de estirarme la pasa ni ponerme pelo postizo. Una mujer pelada a rape es una imagen súper trasgresora, teniendo en cuenta que por siglos se le ha rendido culto al pelo como elemento de feminidad. Yo estaba demostrando que una mujer podía prescindir del pelo y seguir luciendo femenina y atractiva, aunque no era en absoluto la primera mujer que se pelaba a rape. Me daban lástima las pobres infelices que tenían que correr a desrizarse o ponerse trencitas. Yo era una negra emancipada, hasta que llegó el casting para el Cubamodas del 96, en el que queríamos participar todas y todos los modelos, porque sería el primero después de diez años. Me escogieron en el primer corte, y fue ahí que comenzó el problema. Nos orientaron no «tocarnos» hasta el segundo casting que sería dos o tres meses después. No tocarnos significaba cero tintes de pelo, cero depilaciones de cejas, cero cortes de cabello... Y la emancipación se me fue para los tobillos. Yo había logrado darle a mi pelo (o más bien a la ausencia de pelo) un discurso trasgresor, pero mis complejos seguían ahí. No había gran diferencia entre las mujeres que se hacían desriz o hablaban de casarse con alguien de pelo bueno para adelantar, y yo. Ellas querían corregir el defecto de la pasa, al menos en sus hijas. Yo, en vez de corregirla, la había eliminado como hacían tradicionalmente los varones negros para no pasar trabajo. Por suerte, cuando me aceptaron en el segundo casting, decidieron volverme a rapar.

Dejé de ser modelo tres meses después del Cubamodas. Había entrado a La Maison, el sueño de todas las modelos en los noventa. El sueño duró poco. Una noche llegué y me dijeron que era muy bajita para desfilar allí. Podía haber seguido trabajando en la firma Puntex, de donde era modelo hacía dos años, pero a la mañana siguiente de que me sacaran de La Maison le dije a mi madre que no seguiría modelando. Su reacción fue decirme que me dejaba vencer muy rápido. La de mi padre: «Qué bien, ahora ya puedes dejarte crecer el pelo». Tenía razón, no había ningún motivo para que siguiera pelándome al rape.

Pero casi cuatro años después, a finales del 2000, yo seguía con mi cabeza rapada y sin intenciones de dejarme crecer un centímetro de pasa. Fue por esa época que empecé a ver Hip Hop cubano. Digo ver en vez de escuchar, porque lo que más me llamaba la atención eran las cabezas de los raperos y de la gente que iba a las peñas de rap. Las letras estaban buenas, había mucha crítica social y yo me identificaba con aquello, y con los ritmos, la rima, la improvisación, pero con el pelo sobre todo. La mayoría tenía las pasas crudas, peinadas en carreras o sin peinar en lo absoluto. Una de las cosas que le dicen a una desde chiquita sobre la pasa es que no le entra el peine. Cuando alguien quiere demostrar que tiene el pelo bueno, te dice: «yo puedo peinarme» o «a mí sí me entra el peine en el pelo». Es verdad, es bien difícil meterse un peine con los dientes finitos en la pasa cruda, sin desriz o peine caliente. Mucha gente que yo veía en las peñas de rap se había quitado el problema de arriba dejando de peinarse. Cada vez que yo llegaba a una peña me ponía a mirar las cabezas de la gente. A Alexei, del dúo Obsesión, debía tenerlo loco porque siempre que lo veía, le preguntaba cómo se había hecho lo que tenía en el pelo. Era la pasa cruda llena de «caracolitos». «Te dejas de peinar y te pasas una esponja con huequitos por la cabeza, y mientras más duro tienes el pelo, mejor te sale». ¿Se dan cuenta? Encima, era hasta bueno tener el pelo «malo» para hacerse esas cosas en la cabeza. Otros muchachos y muchachas se hacían las carreras y después se las soltaban y andaban con el molde de las trenzas, sin peinarse. Lo que a mí me daba vergüenza y quería esconder a toda costa pelándome al cero cada quince días, esa gente lo mostraba, con alarde incluido.

Hace tres días, me puse un vestido con un pantalón para salir de mi casa. Mi madre no está acostumbrada a ese tipo de atuendo y estuvo mirándome con cierta incertidumbre hasta que me preguntó: «¿Tú has visto a alguien vestido así?». Realmente es así como funciona. Primero tienes que ver las cosas en alguien, convencerte de que lucen bien y, luego, que pueden lucir bien en ti. La gente que yo veía en las peñas de Hip Hop hacían para mí la misma función de las modelos en las revistas y los desfiles.

A finales del 2000, yo era profesora en un tecnológico. Mis colegas me habían visto todo un curso con la cabeza pelada a rape y ahora se sorprendían de verlo crecer. Era el momento en que se iban a responder tres grandes incógnitas respecto a mí. La primera: ¿Entonces a mí me crecía el pelo? Uno de los mitos sobre las mujeres negras cuando están peladas a rape es que lo hacen porque no les crece el pelo. Si una muchacha blanca se pela a rape es por capricho o porque cogió piojos.

La segunda incógnita era: ¿Por fin, yo tenía el pelo malo o bueno? Cuando ya me había crecido unos tres o cuatro centímetros, la gente me lo tocaba y me decía: «Tú no tienes el pelo tan malo, lo tienes malagazo» (esa es una especie de intermedio entre el pelo malo y el pelo bueno). Y lo mejor es que usted debe escuchar que no tiene el pelo «tan malo» sin ofenderse, porque en realidad, esas son palabras halagadoras. Es más, la gente no entendía que yo me pelara al rape durante tanto tiempo si a mí me crecía el pelo y además no lo tenía «tan malo».

La tercera pregunta no podía faltar: ¿Y ahora que te vas a hacer, peine caliente o desriz?

Finalmente, yo había complacido a mi padre. Tenía mi pelo largo (o más bien alto), y él, que había llevado el afro en su juventud, me preguntaba cuándo iba a hacerme el desriz. «La pasa cruda ya no se usa; la época del afro pasó». Y decía esto con nostalgia del pasado, de su pasa oscura y abundante, sin una sola cana, de la época en que ser marino mercante era lo máximo en este país y ellos eran los que mejor se vestían, los que traían «lo último de afuera». Oyéndolo me resultaba difícil imaginármelo en su núcleo de la UJC defendiendo su afro. Ahora lleva el pelo bien corto y no se mete en problemas.

La pasa cruda, alta, sin peinar, con dreadlocks parece implicar una especie de desafío al poder y a lo que está establecido. Sin embargo Kobena Mercer, en su ensayo «Black Hair/Style Politics», cuestiona el significado político que se le atribuye a los peinados de las personas negras, como el afro y los dreadlocks. ¿Todo el que lleva dreadlocks es rastafari y portador de altos valores espirituales? Kobena tiene razón; he conocido a personas con dreadlocks que ni saben lo que es el rastafarainismo. No necesariamente nuestra forma de llevar el pelo tiene un significado más allá del puramente estético. Ni falta que hace. Los otros posibles significados de rebeldía, indisciplina, peligrosidad, etcétera, los aportan la sociedad, las autoridades, el poder. Las personas negras en nuestro país, por lo general, son las preferidas por nuestros representantes de la ley para pedirles su identificación; pero las que llevan dreadlocks o la pasa alta tienen «el primer puesto» garantizado en la cola.

Kobena Mercer también cuestiona en su artículo la suposición general de que las mujeres negras que se desrizan o se ponen implantes en el pelo, en realidad desean imitar a las blancas o se sienten inferiores. Mercer plantea que eso pudo haber sido así al principio, ¿pero quién imita a quién en este momento? ¿Quién se ha apropiado de la música, los bailes y los peinados de quién? Llegué al final del ensayo convencida de los argumentos de Kobena. Casi. Es cierto que resulta fácil encontrar hombres y mujeres blancas con carreritas, dreadlocks o algún estilo afro de peinado. Pero una persona blanca no crece escuchando que tiene «el pelo malo»; no recurre a estilos de peinados típicos de personas negras como la única opción para peinarse y lucir bien. Cuando ve una película o una telenovela, en el 99% de las veces la protagonista es blanca. No se siente excluida de los patrones de belleza y las revistas de moda. Bueno, si la excluyen es por gorda o por fea (todo es válido para discriminar). Pero no por el color de su piel o la «calidad de su pelo». Y aquí realmente caigo en una trampa, porque en el mundo hay mujeres de piel clara y «pelo bueno» que son discriminadas en países europeos y en Estados Unidos porque son latinas, asiáticas o árabes. No son blancas, aunque tengan el pelo lacio, la piel clara, incluso los ojos azules. Basta que el apellido sea latino, por ejemplo. En inglés existe una frase: «one drop rules», para indicar que es suficiente que una persona tenga una gota de sangre negra, latina o asiática para que sea discriminada como «no blanca». Lo que me hace olvidar a veces los diversos tipos de discriminación y exclusión que sufren personas de piel clara en Estados Unidos y en muchos países europeos. Y es que aquí la misma frase funciona en el sentido opuesto; basta que la persona tenga una gota de sangre blanca, para que pueda sentirse en un nivel superior de una especie de escala imaginaria, que en la práctica no es tan imaginaria.

Cuando empecé a escribir este artículo, entré a Internet para averiguar sobre el origen del peinado afro. Escribí en Google (en español). La mayor parte de las páginas descargadas tenía que ver con el anime japonés y una serie llamada «Afro Samurai...». Ah, había una sobre la historia del Funk y la llegada de los peinados afro tanto para personas blancas como negras. También encontré un blog de una estilista de peinados afro. Nada sobre el origen del afro como símbolo del Black Pride y el Black Power. Sobre estos y el tema de los peinados afro en general pude leer información más abundante cuando escribí en Google «origins of afro hairstyle» que es la traducción al inglés de lo que había escrito antes. Pero lo que más me llamó la atención fue un texto de una página, titulado: «Las necesidades especiales del cabello de los afro-americanos», que ubica nuestro cabello dentro del grupo de «cabellos étnicos». La primera vez que leí la palabra «étnico» fue en los noventa, en una revista de modas extranjera. En una sección aparecían varios modelos masculinos agrupados en las categorías: los guapos, los interesantes, los tiernos y los étnicos. Estos últimos eran muchachos con peinados y ropas algo estrafalarias. En cada grupo había cuatro o cinco hombres. Todos eran blancos. Lo que me llevó a concluir que los hombres negros no eran ni guapos, ni interesantes, ni tiernos..., ni étnicos.

En el texto se ofrecen varios consejos interesantes y útiles para el cuidado del «cabello étnico». Las partes superior e izquierda de este texto, dedicadas a las necesidades especiales del pelo de los afro-americanos, están cubiertas de fotos de mujeres que exhiben diferentes peinados. Las conté, eran 35 fotos de mujeres. El anuncio principal dice: «View celebrity hairstyles and try them yourself», y debajo aparecen las seis primeras mujeres. Para no cansar, todas y cada una de estas treinta y cinco mujeres eran blancas. Solo la tercera vez que entré a la página, pude ver un link muy pequeño encima del texto que conduce a una sección de peinados para mujeres negras. Menos mal, a pesar de que estaban en un segmento aparte. En otras palabras, existen las mujeres, y luego, como si se tratara de una especie diferente, están las mujeres negras. O tal vez, no hay celebrities negras. OK, entendí el punto. Una vez que logré entrar a esta ventana, por supuesto, todos los hairstyles de las mujeres negras que había dentro eran muy parecidos a los de la portada, pero ahora en mujeres negras. Todas previamente desrizadas; algunas con el pelo totalmente laciado, otras con algunos rizos; ninguna con pasa. De chiquita me quejaba porque el peine caliente me dejaba el pelo pobre, tieso y sin movilidad; algo parecido sucede con el desriz de potasa. Pero los productos han ido mejorando, siempre con el objetivo de que las negras logren tener el cabello estirado, ondeado o con algunos rizos y que, además, se mueva. Pero después de haber visto el documental Good hair me atrevo a dudar un poco de que ese fuera el pelo de esas mujeres. Llevamos años admirando los productos con que se desrizan las negras norteamericanas y en ese documental veo que casi todas las afronorteamericanas llevan extensiones, o wigs, que es lo que aquí llamamos implantes. En Cuba también muchas mujeres negras llevan implantes y hay peluqueras que se dedican únicamente a colocarlos y, de vez en cuando, hacer trenzas a muchachas y muchachos que se hacen las carreritas. La conclusión a la que parecen haber llegado las mujeres de Good hair es que no basta con desrizarse, el pelo de negra es pelo de negra, y ese es malo sin importar lo que le hagas. Hay que tener «pelo bueno» a cualquier precio (y los precios que pagan por ponerse extensiones o wigs de «pelo bueno», que vienen de la India fundamentalmente, son bien altos). Un hombre entrevistado en el documental considera que los implantes son símbolo de la esclavitud de las personas negras, porque el negocio del pelo no está en manos de afro descendientes sino de personas blancas o asiáticas. Lo gracioso es que este hombre ve el símbolo de la esclavitud en el implante, pero el desriz le parece «natural», de hecho lleva su pasa desrizada. O sea, que la pregunta empieza a cambiar; ya no es: ¿Tienes el pelo bueno o te desrizas? Si no: ¿Ese pelo es tuyo o es implante? No estoy segura de lo que hay en las fotos que vi en este sitio del que hablo. Pero de algo estoy convencida, no es pasa.

Cuando veo fotos como estas, y documentales como Good hair, tengo la impresión de que la pasa realmente no existe. Cada una de las mujeres es bellísima, y toda la que mire esta página (o sea, si se da cuenta de que hay un link que conduce a peinados para mujeres negras) terminará deseando lucir como ellas. Así funciona la publicidad; aunque los productos que se anuncian estén destinados al cabello, a nadie se le ocurre promocionarlos con una mujer que tenga la cara fea, no importa si su pelo luce muy bien. Porque nadie quiere parecerse a una mujer fea. Y entre todas estas bellísimas mujeres negras que promocionan peinados para mujeres afro descendientes (previamente desrizadas o con implantes), aparece de pronto una mujer blanca y rubia. O sea, parece que yo no había entendido el punto. No había ninguna mujer negra en la portada, pero sí hay una mujer rubia en la parte de los peinados para negras. Me perdí.

Aunque uno de los textos que encontré dentro de esta misma página intenta desvirtuar mitos negativos sobre el cabello de las personas de ascendencia africana, el mensaje de las imágenes sigue siendo otro. Cuando usted entra a la página de los peinados de novia, lo que ve es el mismo patrón de mujer blanca con diferentes estilos en su cabello lacio, en algunos casos con rizos. Pero ya sabemos que una mujer negra puede peinarse así, después de desrizarse. ¿Conclusión? No hay lugar para la pasa si usted quiere lucir bien.

Por una parte, puede irritarnos el bombardeo de imágenes televisivas y publicitarias, y toda una cultura dominante que nos dicta a las mujeres negras que debemos desrizarnos el cabello en vez de llevarlo natural. Pero por la otra, ¿qué es lo natural? ¿Cuántas rubias naturales hay en América? ¿Entonces por qué voy a encontrar ridícula a una mujer negra por desrizarse, e incluso teñirse el pelo de rubio? Por supuesto que ese no es su color natural, pero hay mujeres blancas que se tiñen de verde, azul o morado, y eso es menos natural aún. ¿Es natural rasurarse las axilas y las piernas? La naturaleza nos puso vellos en esas partes, sin embargo casi todas las mujeres lo hacemos, porque es higiénico, pero sobre todo porque es parte del uniforme femenino. Nos toca. No es antihigiénico en lo absoluto que un hombre deje de hacerlo, de hecho para muchos es más masculino. ¿Son naturales la anorexia o la liposucción para parecerse a las modelos, que son bien delgadas; los implantes de senos y glúteos, porque se usan los senos grandes y las nalgas paradas; los ejercicios con pesos excesivos para inflar los músculos, las inyecciones para que desaparezcan las arrugas, los tacones altos, las pestañas y las uñas postizas? La lista es larga.

Lucir bien nos importa mucho. Es difícil darnos cuenta de que estamos sometidos a patrones y a la propaganda que nos han creado inconscientemente, y a una idea de lo que es bello y lo que no lo es, pero más difícil es querer desligarnos de ellos. Y cuando nos libramos de unos nos amarramos a otros que nos resultan más coherentes con el discurso que hemos asumido. De alguna forma nos uniformamos. Supongo que hay muchas formas en las que yo podría lucir bien; incluso puedo imaginar mi pelo desrizado con uno de esos productos que lo estiran y le dan movilidad, o con extensiones como las que vi en Good hair. Pelarme al rape es muy cómodo y me gusta, todavía lo hago de vez en cuando. Pero prefiero llevar mi pasa cruda alta o trenzada, porque ha sido una especie de reconciliación con una parte de mí con la que estuve fajada mucho tiempo. Las reconciliaciones traen felicidad; a pesar de que la mayoría de la gente me dijera al principio que el pelo largo (sin desrizar) no era lo que mejor me quedaba, o me miraran la cabeza con la cara seria. Pero, no sé si porque se han dado cuenta de que no me molestan las críticas y disfruto mi pelo crudo y los peinados que puedo experimentar con él, de vez en cuando me dicen: «¡Qué lindo tienes el pelo!

Extraído de:http://www.cubaliteraria.cu

No hay comentarios:

Seguidores