El episodio vivido por Luis Suárez reabrió un debate que incomoda
Las palabras que le propinó el futbolista Luis Suárez a Patrice Evra, de origen franco-senegalés, refiriéndose a su condición de “negro”, en medio de un partido de la liga inglesa, desató una polémica que sobrepasó los límites futbolísticos. Para algunos, la reacción de Suárez responde a patrones culturales, ya que la sociedad uruguaya padece de un racismo naturalizado que perpetúa la situación de vulnerabilidad social de la comunidad afrodescendiente.
Sacarle la importancia
Para el sociólogo Rafael Porzecanski, especialista en estudios de etnicidad y raza, cualquier comentario que identifique a una persona por su color de piel y se le degrade por esa condición es “una agresión de corte racista”, aunque no necesariamente la persona que profiere el insulto sea “activamente” racista en todas las esferas de su vida. Lo calificó de “racismo blando”. Sin embargo, “cuando en una cancha se grita gordo, judío o negro de mierda se está de alguna forma retransmitiendo una creencia popular donde se le asigna un valor negativo a ciertos atributos físicos, fenotípicos o étnicos de una persona”.
La tibia condena hecha por el subsecretario de Industrias, Edgardo Ortuño, sorprendió a las organizaciones afrouruguayas. Ortuño, también afrodescendiente, dijo que confía en que Suárez “dice la verdad” cuando afirma que no ha ofendido a su rival. Además, la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) informó que el vicecanciller Roberto Conde garantizó todo el apoyo diplomático ante la investigación abierta en la Federación Inglesa. Otros futbolistas, periodistas deportivos y gente de a pie también lo han defendido bajo el supuesto que dentro del campo de juego los códigos son distintos. Por ejemplo, Marcelo Tejera, quien jugó para Southampton en 2005, comentó: “El problema lo tiene la persona que recibe el comentario, no el que lo hace. Evra le está buscando la vuelta porque no se siente bien. Acá es común porque no hay racismo”. Pasó inadvertido pero también la Sub 17 fue acusada de racismo por gestos que imitaban a simios contra la selección de Congo durante el Mundial de México.
El propio presidente de la FIFA, Joseph Blatter, expresó que los jugadores pueden tener “enfrentamientos” pero deben terminar en un apretón de manos al final del partido, lo que contradice la campaña que lanzó la organización contra el racismo durante el Mundial de Sudáfrica y la existencia de numerosos casos de insultos entre jugadores e hinchadas (ver Racismo en el fútbol). La polémica se agrandó cuando George Galloway, ex diputado inglés, acusó a Uruguay de ser “el país más racista del mundo entero”.
Para Noelia Maciel, coordinadora del movimiento afrodescendiente Ubuntu, la minimización del caso Suárez termina siendo “un triunfo para el consenso social de que la sociedad uruguaya es igualitaria”, cuando, por ejemplo, todos los días alguien en el ómnibus la mira de reojo y no se sienta a su lado. Y criticó: “La blanquitud es muy corporativa”.
Mirar para otro lado
El no reconocimiento de la desigualdad entre afros y blancos es de larga data. Si solo se cuenta a partir de la abolición de la esclavitud son 149 años de segregación solapada. Según Porzecanski, la falta de un “racismo oficial” como sucedió en Sudáfrica y EEUU no favoreció la emergencia de movimientos afro-descendientes en la esfera política ni que la identidad étnico-racial no constituya solamente por una opción personal. “Resulta contradictorio”, reconoció el sociólogo. También influyó que no haya territorios poblados mayormente por afrodescendientes y que las uniones interraciales sean frecuentes. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), el 60,5% de los hombres afro se une con mujeres de ascendencia blanca. A juicio del sociólogo, esto ha colaborado para generar una mayor invisibilidad del colectivo. Las ideologías que han pregonado la igualdad social también han hecho su parte. “Hasta muy recientemente se creía que los afrodescendientes están peor que el promedio de la población por el legado esclavista pero no por la permanencia del racismo”, agregó.
Evidencia estadística: el 39,6% de los afrodescendientes vive en hogares pobres, superando en más de 20 puntos la incidencia de la pobreza en el resto de la población. Para los niños, esta tasa se eleva a más del 55%. Magdalena Furtado, economista del Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa), señaló a El Observador que se trata de una “acumulación histórica de inequidad”. En materia de empleo, los afrodescendientes trabajan más años pero su salario medio por hora de trabajo es 29% menor en comparación con el resto de la población y, a su vez, el 37% se ocupa en trabajos no calificados, según cifras difundidas por el Instituto Nacional de las Mujeres del Ministerio de Desarrollo Social (ver infografía).
A juicio de Maciel, “después de la abolición, la gente siguió haciendo lo mismo”, es decir, siguió desempeñándose en changas, o como vendedores ambulantes o en el servicio doméstico. Los afrodescendientes consultados coincidieron en que un ejemplo de la discriminación laboral cotidiana es que no se ve personal negro en atención al público en supermercados o tiendas del shopping. Valentina Miños, de 29 años, integrante del movimiento juvenil de Mundo Afro, lo afirmó: “No entramos en lo que es buena presencia”. Una amiga suya es educadora en un Caif pero el primer día fue confundida con la cocinera.
La participación afro en rubros profesionales es mínima: 6% para las mujeres y 2% para los hombres. Así, para Tabaré Pintos –un pintor que participó de la campaña de Ubuntu para promover la identificación afrodescendiente en el censo–, “te van acorralando”.
Con todo, Javier Díaz, directivo de la Asociación Cultural y Social Uruguay Negro (Acsun), ve que el racismo que se practica en Uruguay –además del “blando” que señaló Porzecanski, naturalizado pero no por ello ni correcto ni aceptado por las víctimas– es estructural. “Uruguay no se reconoce como racista. La tendencia a decir que somos el fruto de Europa central a lo largo de la historia ha hecho que se niegue la rica influencia africana. Hoy a ninguna nación le cae en gracia decir que las familias más importantes gestaron su capital en la trata de africanos esclavizados”, manifestó.
Problema disimulado
La naturalización del problema racial es tan grande que Díaz indicó que ningún blanco percibe como “malos tratos” anteponer la palabra negro al nombre de un conocido, aun cuando se haga de forma cariñosa. “Que muchos afrodescendientes no lo manifiesten no significa que sea aceptado por ellos”, aclaró. Los afrouruguayos consultados por El Observador relataron con fastidio que alguien les diga la clásica frase integradora de que tienen “un amigo negro” cuando ellos no hacen distinción entre sus amigos rubios, gordos o de cualquier tipo.
Díaz también denunció que las maestras no realizan ninguna “intervención educativa pedagógica” cuando un niño insulta a otro por su color de piel como sí lo hacen cuando el agravio se refiere a la condición sexual. “El castigo y la intervención es ahí inmediata”, criticó.
Rocío, de 11 años, conoce muy bien esto. Según Gabriela Rocha, su madre, son incontables las veces que le han dicho que es una mona y que rechazan jugar con ella. “El racismo lo sufre de una forma cruel y morbosa”, dijo a El Observador. Cada vez que ha ido a hablar con las maestras le han dicho que exagera y los padres de los niños le juran que no se trata de comentarios despectivos contra la comunidad afro. Cosas de niños, le dicen. No obstante, los insultos calan hondo en la autoestima. Tanto que Rocío ha querido dejar varias veces la escuela. O tanto que el sobrino de Pintos, de solo 4 años, prefiere que le digan que “es mezcla” y no “negro”.
Según Maciel, las personas afro se colocan en un lugar pasivo, por el que entienden que no son sujetos de derecho, o adoptan estrategias de asimilación para no destacarse en el grupo. “Nosotros mismos permitimos el racismo”, reflexionó. En este sentido, la coordinadora de Ubuntu reclamó mecanismos de defensa más efectivos que la actual Comisión Honoraria contra el Racismo, la Discriminación y la Xenofobia que funciona en el Ministerio de Educación y Cultura (MEC).
La secretaria técnica de esta oficina, Alicia Saura, explicó que la mayoría de las denuncias corresponden a afrodescendientes que alegan haber sido víctimas de conductas racistas o discriminatorias en el ámbito laboral, educativo y social. La Comisión tiene la potestad de realizar denuncias penales, o en su defecto, elabora un informe que es enviado a las autoridades competentes, pero su carácter es solo de recomendación y no es vinculante. A la larga, los casos quedan archivados, sobre todo por la falta de testigos. Así sucedió con el juicio por discriminación que entabló Luciana Sampaio contra una joven que le espetó “negra sucia” en un ómnibus.
Afirmaciones positivas
El presidente José Mujica recientemente anunció que en 2012 su gobierno impulsará un proyecto de discriminación positiva en materia de educación para jóvenes afrodescendientes. Este año se concedieron becas para estudiantes liceales en situación de vulnerabilidad extrema. Saura informó que el MEC tiene previsto establecer nuevos cupos para apoyo económico y se impulsará un acompañamiento de tutores para liceales.
En materia legislativa, la bancada del Frente Amplio aprobó un proyecto de ley impulsado por el diputado Felipe Carballo para que se disponga el 10% de las vacantes laborales del Estado para este colectivo y se incluya el mismo requisito para las empresas que se benefician por la ley de Inversiones.
Para Furtado, economista de la Unfpa, es difícil visualizar hacia el futuro un cambio de la situación de desigualdad sustentado en aspectos educativos ya que es posible constatar una cierta herencia entre las generaciones: “La brecha de educación es de al menos dos años y persiste en las generaciones con la misma intensidad al comparar el nivel educativo de los padres con el de sus hijos”, dijo.
El desafío de la tolerancia
Al final, la acusación del inglés Galloway, líder del partido de izquierda Respect tras ser expulsado de las filas laboristas, si bien dramatizada, es en gran parte cierta. La sociedad uruguaya peca de un racismo significativo pero disimulado que reproduce la desigualdad y la pobreza de la comunidad afro. “Mi experiencia ahí fue que el racismo contra el pueblo negro es endémica”, dijo a El Observador, al considerar el exterminio “despiadado y casi completo” de la población nativa. No obstante, achacó el título del país más racista del mundo al país más racista que ha visitado porque, por ejemplo, “nunca (ha) estado en Paraguay” y su país no puede ser considerado un “modelo de virtudes”. Para Porzecanski hay una cosa clara: “Si el camino que escoge la sociedad uruguaya (y lo que sería peor el mismo Estado) es defender a ultranza a quienes dicen ‘negro de mierda’ en una cancha de fútbol, evidentemente no vamos en el camino correcto a convertirnos en una sociedad más justa y tolerante”.
Fuente: El Observador
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