miércoles, 22 de febrero de 2012

La Mama Vieja


Sábado Show








La Tía Tina, mama vieja de la comparsa Sarabanda, no salió en las Llamadas. Fueron 20 años de desfiles. En esta entrevista repasa su vida.

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Por: Ximena Aleman

"La vida me la dio el tambor", dice la Tía Tina mientras mira la cámara esperando que se cierre el obturador. De todas las mitologías ella elige la más negra. De todas las leyes obedece solo a una: su pecho responde al sonido de las lonjas. Como sucede con los personajes míticos, la vida de la Tía Tina existe en una nebulosa de datos y anécdotas que su memoria en vano persevera en fijar. Nació y conoció el carnaval y seguramente esos son los datos más relevantes de su vida. Lleva más de 20 años de mama vieja, 19 de ellos dentro de la comparsa Sarabanda.

El abanico no se mueve. Ni el suave movimiento ondulado que conquista al gramillero, ni la oscilación veloz que distrae el calor en los desfiles de Llamadas. Acá el abanico es pura coquetería, aunque el calor de un día de sol en el Barrio Sur se cuele con ferocidad por la ventana.

Éste año, el abanico estático en sus manos solo habla de un dolor, la Tía Tina no salió en la cuadrilla de mamas viejas. Vio el espectáculo desde una mesa en la vereda. La Tía Tina tiene 71 años y artrosis.


Hace ocho meses le operaron una pierna y por eso una cicatriz aún más negra que su piel surca su rodilla izquierda. Ahora con el bastón arrastra la pierna derecha, hinchada y torpe, en espera de la siguiente operación que vendrá cuando el doctor vuelva de sus vacaciones. Pero La Tía Tina no pide salud, pide volver a desfilar por la calle Gardel hasta el cruce con Minas junto a Sarabanda en las próximas Llamadas.

"El candombe es muy lindo, muy lindo, pero hay que llevarlo en el corazón. Ahora sufro como una descocida: a mí me gusta bailar. Mi hija me alquilo una silla para ver las Llamadas. Pero me gusta bailar", afirma ella, "Porque el tambor los sentís acá. Es toda tu vida, en mí al menos, no como algunos que no creen que el tambor se siente acá", y las uñas largas, como garras pintadas en nácar, se aferran al pecho.

Barrio Sur. Es difícil imaginarla en otro barrio. Barrio Sur, apenas alejado del centro conserva la tranquilidad de otro tiempo de Montevideo. En cualquier época del año es posible escuchar comparsas y Llamadas espontáneas que, como a principios de siglo, no obedecen al calendario de festividades de la Intendencia Municipal de Montevideo (I.M.M). En las calles cortas y angostas, las casas viejas, los edificios derruidos y los adoquines ayudan a construir la nostalgia, esa misma que espantan los ritmos del tambor. En Barrio Sur la Tía Tina nació y vivió su infancia y seguramente esa causalidad geográfica haya fijado en su sangre el amor por la comparsa. "Nací de pie y voy a morir con Sarabanda", dice con firmeza, aunque a veces se desdiga y afirme que "no importa quién toque el tambor, porque el tambor es uno solo".

Desde que se jubiló como empleada doméstica, dos años atrás, sus días transcurren en la puerta del edificio donde vive, una cooperativa de viviendas. Allí, viendo la gente pasar, la Tía Tina pasa sus tardes sin desfiles.

"Es un reciclaje", explica sobre el edificio. "Acá estaban los talleres de la Intendencia de Montevideo". La construcción de ladrillos viejos está emplazada en un acantilado de espaldas a la rambla sur. La calle es José María Roo, la última antes del mar.

La donación de la municipalidad hace buen contrapunto al Cementerio Central. Los niños jugando en la vereda del edificio distraen la mirada de los tubulares que se insinúan en la reja lateral del cementerio y que se ven desde la puerta de la vivienda, desde el mismo lugar donde se para la Tía Tina. Nadie presta atención al paredón blanco con rejas negras detrás del cual la muerte espera. El edificio tiene el espíritu del carnaval.

La socia fundadora de la cooperativa fue Lágrima Ríos, la popular cantante de candombes y tangos, pero ella no llegó a ver el edificio hecho realidad. En cambio, dejó una constelación de parodistas, vedettes y dueños de comparsa que todavía viven en esa gran casa.

"Un techo digno", dice. Eso es lo que tiene ahora, tras 69 años de vida. "Antes, sabe, yo me acuerdo cuando vivía en Durazno esquina Julio Herrera. Vivíamos en una pieza yo, mi mamá y tres hermanos". Para cuidar ése techo ella hizo serenadas cuando la obra estaba en marcha con alguna de las abuelas de los niños que juegan cada tarde entre sus piernas. "Yo venía acá y me iba a trabajar y después a ensayar o a desfilar. Fue una lucha, pero gracias a Dios salió y quedó una belleza. Solo le pido a Dios más años para disfrutarlo".

El tambor. "Cuando era chica no podía salir", cuenta la Tía Tina para explicar su incorporación tardía a la fiesta popular. Asistió a la primera Llamada reconocida como fecha de carnaval en el calendario de la I.M.M, fue en 1956. El recuerdo es amargo, porque esa Llamada fue determinante. "Yo tenía 15 años cuando falleció mi mamá, fue en marzo. Al otro año estaba mirando las Llamadas e hice un movimiento así con los hombros. Mi padre me miró y me dijo: no. Y ahí nunca más". Su hermano sí salía en la comparsa Borinquen, pero la regla para las mujeres era otra. "O estudiaba o candombeaba. Mi papá era muy recto, no como otros a los que no les importaba o como ahora que se van por ahí.".

Fueron casi 35 años lo que le llevó desobedecer el mandato paterno Empezó a desfilar antes de cumplir cincuenta, pero no puede precisar el año. "Mamá, sacate las ganas, sino te vas a morir sin desfilar", cuenta que le dijo su hija. Entonces Faustina Avelino Ortuño, como se llamaba antes de ser la Tía Tina, habló con una mujer que salía en Concierto Lubolo. "Le pedí para salir en su comparsa. Me dijo que sí y salí. De ahí no paré más".

Lo que más le gusta del Carnaval, más que la música de los tambores, es bailar. "Bailar, mirar la felicidad de la gente que baila. A algunos los ves medio tristes y cuando bailan se les va la tristeza". La primera vez que salió, salió sin ensayar y sin que nadie le enseñara. La Tía Tina apoya el bastón en la mesa. "Bailaba sola, fue algo instintivo, medio así". Su cuerpo se balancea, como movido por las olas, la pollera se sacude con gracia y la cabeza gacha, ladeada y cubierta por un pañuelo, esboza una sonrisa. "Hay cosas que no se pueden enseñar, es como vos lo sientas", dice sonriente. Las manos imitan un abanico, que ella sacude con lentitud. El movimiento se apropia del cuerpo y le resta edad. "Se usa la sombrilla, pero a mí me gusta bailar con abanico y ya está, así me siento más cómoda". Aunque las piernas no se muevan, la Tía Tina olvida la artrosis. El bamboleo lento y el agitar del abanico es su estilo. Y nadie se lo copia. "Todos tenemos distinto estilo, el mío no me lo copia nadie. Nadie baila como yo".

El candombe la llevó a conocer Argentina, "fui a Mendoza y a Gualeguaychú", y a recorrer el país. Viajó a Colonia, a Artigas, a Salto y Paysandú, a Rivera y Tacuarembó. En Colonia enseñaba el baile a los visitantes. "Enseñábamos a candombear a gente de otras tierras, peruanos, brasileros. De sábanas se hacían vestidos y con hojas de palmera o diario hacían abanicos".

Enseñando fue que la Tía Tina aprendió el dolor de no poder seguir el ritmo del tambor. Esas veces las cuenta con los dedos de una mano. "Me acuerdo que íbamos por una calle y yo meta a bailar. Pero Néstor Silva, que era el director, me dijo que no podía porque era profesora y tenía que controlar los movimientos de los estudiantes. Y yo sufriendo como una loca. Los tambores tocaban divino y yo sufriendo".

El funeral de Martha Gularte fue la excepción. Ese mediodía de 2002 pese a que era agosto hubo Llamadas. Y pese al sonido de las lonjas, la Tía Tina no bailó. Gularte, primera vedette de las llamadas, cantante y bailarina, militante uruguaya por los derechos de los afro descendientes y una de las figuras más importantes del candombe, pidió que el entierro en el Cementerio Central fuera acompañado de tambores. No quiso flores.

"Bailaba lindo Martha Gularte, ¡y que piernas que tenía! Unas piernas divinas, mejores que las mías y era mayor que yo", recuerda. Se habían conocido en la Embajada uruguaya en Argentina, una vez que fueron a bailar. "Cuando murió pidió que la despidieran con tambores y bailando. Los tambores entraron al cementerio y tocaron hasta la tarde. Había una que bailaba como si estuviera desfilando en la Llamada. Pero por más que Martha quisiera, yo no podía".

Un pie afuera. Esta tarde la Tía Tina no está en la puerta. El bastón apenas arrastra el tobillo hinchado. Adentro en la sala en penumbras una cortina oficia de biombo. El encaje blanco envejecido y la textura de la tela habla de otras épocas. Atrás, la Tía Tina se cambia la ropa. Una repisa se ocupa de las estampitas de Padre Pio, San Pancracio y de la estatuillas de la virgen negra y la virgen María. Iemanjá cuelga de un cuadro en la pared. En el cristalero varias fotos viejas la muestran de niña y de mama vieja. Pinturas dedicadas a su nombre e inspiradas en su gracia, en sus andanzas con el gramillero. En un cuadro viste un traje azul: la pollera amplia, el delantal, el pañuelo en la cabeza y el abanico que su comparsa donó al Museo del Carnaval para que fueran registro del vestuario de uno de los personajes más típicos de las comparsas. Allí también están los premios. La Tía Tina los saca y los sacude con un trapo para que se luzcan mejor. Son su mejor paga.

En 2008 ganó el premio con Sarabanda a la Mejor cuadrilla de mama viejas y gramilleros. Ella recibió el premio y se lo quedó, por ser la de mayor antigüedad en la comparsa. "Años y años sufriendo, saliendo de aquí para allá con Sarabanda ¡cómo no me lo voy a quedar!".

Ése no es su trofeo favorito. En 2010 una tarde salió del trabajo y se fue a la Intendencia. El dueño de Sarabanda le había comentado que era la entrega de premios y que estaba nominada al premio a la Mejor mama vieja del Carnaval. Una vez en el salón la acomodaron en la primera fila. "Yo no me fui como otras, todas pintunas y divinas. Iba directo del trabajo, llevé hasta el bolso con la ropa". Pero eso no importaba, igual fue la ganadora. "Creo que gané porque para bailar bien se te tiene que ver el corazón", explica. Lo único que resiente de esa noche fue haber olvidado agradecer a su gramillero, Jorge Brun. "Yo estaba tan loca, tan loca que no me acordé de nadie, ni del nombre de mis nietas. Estaba tan, tan emocionada", cuenta la Tía Tina.

"Yo bailé con unos cuantos gramilleros. Todos bailan distinto. Hay quien te acompaña más y quien te acompaña menos. Yo prefiero que me acompañen más. Y Jorge Brun fue el que más me acompañó", dice mientras imita el paso cansino del compañero. "Yo ya estaba jodida, ya me costaba moverme. Y él se daba cuenta cuando estaba cansada y se movía más. Yo hacía mis movimientos más suaves y él me acompañaba. Pero el día que me dieron el premio no me acordé de nadie".

Sin embargo, el carnaval de 2010 no fue el que más disfrutó. Recuerda con añoranza como antes el desfile recorría 18 de julio de punta a punta, desde la plaza Independencia hasta el Obelisco. "Después se fue acortando y ahora llega a solo a Minas. Con las Llamadas pasó lo mismo, era todo Isla de Flores hasta Minas todo para arriba por Durazno, toda la vuelta. Ahora es corta", rezonga. No es el principal cambio que nota. "Antes se desfilaba más por amor al arte, las comparsas eran más familiares. Ahora es más comercial", señala. "A mí siempre me pagaron, pero eran unos pesos más para mis hijos. Y que me pagaran o no, era lo mismo, porque me gustaba".

Fuente: Diario el País

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