miércoles, 1 de agosto de 2012

Esclavos del Siglo XXI


Las víctimas son las mismas que hace siglos.
El objetivo que se persigue no ha variado: sigue siendo el poder y el dinero. Conozcamos las nuevas fórmulas y los que mueven los hilos de la esclavitud del siglo XXI.
Texto: Mariló Hidalgo

Isla de Gorée (Senegal). Año 1550.
Nos encontramos a sólo tres kilómetros de la famosa ciudad de Dakar, en una isla pequeña, silenciosa, con calles estrechas y sin asfaltar y algunos edificios de estilo colonial. Gorée, hoy convertida en un museo, fue un lugar clave en la historia del comercio de esclavos. Desde la llamada “Puerta del viaje sin retorno”, abierta de par en par a las aguas del Atlántico, miles de senegaleses decían el último adiós a la tierra que les vio nacer, antes de navegar rumbo a América. Como esta factoría, existían cerca de doscientas en el Golfo de Guinea.
Desde comienzos del siglo XVI hasta mediados del siglo XIX tiene lugar en el más absoluto de los silencios, el genocidio de 140 millones de esclavos africanos. Uno de los más crueles de toda la historia donde hombres, mujeres y niños fueron raptados de sus aldeas, encadenados y trasladados en barcos negreros rumbo al Nuevo Mundo. En sólo un instante esas vidas vieron cambiar su valor y se convirtieron en mercancía objeto de compraventa.sla de Gorée (Senegal). Año 2003.

Es el lugar elegido por George W. Bush para iniciar su gira por varios países africanos, hacerse la foto paseando cogido de la mano de su mujer y lamentar que allí “la vida y la libertad fuesen robadas” a millones de africanos. Hecho por el que además de no pedir perdón, sí utiliza para señalar que la historia de EEUU cuenta con un gran número de negros ilustres, cuestión por la que se sienten orgullosos. Además quiere recordar al mundo que desde el otro lado del charco hubo muchos norteamericanos que lucharon para abolir la esclavitud. Hasta aquí suponemos que tiene lugar el lavado de conciencia, pero las razones de este viaje no tenían nada que ver con la memoria histórica. Hoy, la historia se repite y el pueblo africano vuelve a quedar sometido y esclavizado en pleno siglo XXI.
Como decíamos, las razones de esta gira eran diversas. Primero, EEUU necesitaba aumentar la extracción de crudo en esta región ya que Oriente Medio es un polvorín. Segundo, Africa sigue siendo -al igual que en aquel tiempo- un importante enclave geoestratégico que a EEUU le interesa tener bajo control. Y tercero, unos meses más tarde, Bush se enfrentaba a su reelección y necesitaba conquistar el voto negro, tradicionalmente demócrata. Como contrapartida los responsables de estos cinco países objeto de la gira -Senegal, Sudáfrica, Botswana, Uganda y Nigeria- recibían con cara de orgullo y sonrisas, las promesas de la Administración Bush sin valorar lo que a cambio estaban entregando: el ejercicio de su soberanía efectiva y la renuncia a su derecho de disponer libremente de sus recursos energéticos en detrimento del pueblo africano.
Aquellos primeros esclavos fueron arrancados de su tierra, encadenados con grilletes y sometidos, pero nunca dejaron de entonar sus cantos y gritos de libertad que consiguieron mantener viva la esperanza generación tras generación. Hoy, los grilletes son dorados. La falta de libertad y la ausencia de derechos parece no ser importante para seguir caminando. El dinero lo compra todo y las víctimas vuelven a ser las mismas: los pobres, los débiles o los que están enfrentados a los grupos de poder.

Pacto entre amos
“Primero te quitan la dignidad, te hacen sentir miserable, que no vales nada. Dejas de ser persona. No tienes poder de elección sobre tu propia vida. Pasas a ser una mercancía que pertenece a un amo. Te sitúas en una especie de limbo jurídico donde no existen los derechos más elementales. Puedes ser comprado y vendido. Eres una especie de marioneta cuyos hilos son movidos por unos individuos que deciden por ti el resto de tu vida…”
Esta declaración puede ser de alguien con nombre y apellidos, pero correríamos el peligro de quedarnos en un caso concreto. La esclavitud que vivimos en nuestro tiempo, no es un fenómeno individual, como señala Manos Unidas en su informe “La esclavitud hoy, un problema de nuestros días”, sino que tiene un carácter social y colectivo. “La esclavitud actual sigue siendo un fenómeno social que afecta a determinados grupos de población, que se produce en determinados países, con determinadas políticas y que se genera y mantiene por determinados mecanismos de carácter económico, político y cultural. A medida que aumenta la capacidad de elegir y optar de un pueblo crece su nivel de desarrollo y disminuye la condición de esclavitud”.

“Cuanto mayor es la ‘libertad’ de los mercados, mayor es la esclavitud de los pueblos y la pobreza de las naciones.”

Según la ONU, doscientos cincuenta millones de personas viven en situación de esclavitud; servidumbre por deudas, explotación sexual, salarios ínfimos, reclutamiento forzoso, niños trabajadores o soldados, matrimonios forzados, e incluso esclavitud como antaño. Y estos esclavos conviven al lado de otros, que no se consideran tales porque también se benefician de la situación y miran sonrientes a sus amos. Ocupan puestos de responsabilidad y como vimos al principio, pueden tomar decisiones que conducen a los pueblos hacia la esclavitud. “Los derechos humanos han sido relegados -explica la periodista de la Agencia de Información Solidaria (AIS) Marta Caravantes- y pospuestos siempre a favor del libre comercio que promueve como ‘derecho fundamental’ la producción al menor coste posible. Incluso numerosos líderes de los países del Sur han reprochado a las ONG sus reivindicaciones sobre los derechos laborales”. Los gobiernos afirman que este reconocimiento significaría la pérdida de suculentas inversiones de empresas que se implantan en los países pobres para lograr un abaratamiento de los costes de producción. “La oferta que los gobiernos del Sur plantean a las multinacionales -continúa- se basa en la posibilidad de explotar mejor a sus ciudadanos, de pagarles los salarios más bajos, con contratos más precarios y condiciones laborales indignas. Ese es el eslogan de quienes se preocupan más por atraer inversiones y lucir cifras macroeconómicas que por mejorar el nivel de vida de la población”. El gobierno mexicano por ejemplo, está encantado de que el comercio con EEUU se haya duplicado desde la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio. El reclamo para atraer la inversión extranjera es por supuesto la mano de obra barata. Así, el país cuenta por un lado con una importante entrada de capital extranjero y por otro, tiene a un pueblo cada vez más empobrecido que ha perdido más del 34% del poder adquisitivo y cuenta en estos momentos con un salario mínimo de los más bajos del mundo semiindustrializado. “Cuando algunos líderes manifiestan su intención de incorporarse al primer mundo, parece que se refieren sólo a la minoría de multimillonarios que aprovechan los privilegios ofrecidos por el libre comercio. Mientras los mercados se abren, los trabajadores más pobres son las víctimas propicias para el sacrificio”, añade Caravantes.
“Cuanto mayor es la ‘libertad’ de los mercados, mayor es la esclavitud de los pueblos y la pobreza de las naciones. Cuanto mayor es la ‘libertad’ financiera, mayor es el provecho de ladrones y zánganos y menor el bienestar de los trabajadores. Cuanto mayor es la ‘libertad’ del dinero, mayor es la humillación de los pobres y menor la probabilidad de ser respetados como personas”, explica Luis Ferreira, miembro de ATACC, en La Opinión Pública. Los responsables de la mayoría de los Estados hoy, hacen prevalecer los intereses económicos y de poder, por encima de la dignidad de sus ciudadanos y la justicia social. El pacto entre “amos” sigue siendo por dinero o poder. ¿Cuáles son las nuevas formas de sometimiento?

Nuevas formas de esclavitud.
No existe una distinción clara entre las diversas formas de esclavitud, señala Naciones Unidas (1). “Las mismas familias o grupos son muchas veces víctimas de varios tipos de esclavitud contemporánea y el factor que los une a todos suele ser la extrema pobreza”, recoge el citado texto.
Familias enteras son obligadas a trabajar la tierra generación tras generación mientras no consigan reunir el dinero necesario para pagar una deuda que previamente han contraído. Pero la realidad es que a pesar de todos los esfuerzos, esa familia nunca saldará su deuda ya que los intereses crecerán más que el dinero conseguido y esa lacra pesará sobre su descendencia. El deudor pasa a convertirse en siervo de por vida.
Pero además de las familias, son las mujeres y los niños los grupos más vulnerables.

Infancias rotas
A medida que la crisis económica se hace más patente, las cifras de la explotación infantil aumentan. Según UNICEF, en la actualidad se calcula que existen unos doscientos millones de niños trabajadores entre cinco y diecisiete años. Trabajan en las calles -venta ambulante, guías turísticos, repartidores, limpiabotas-; en lugares peligrosos e insalubres -hornos, minas, picando piedra, en el campo o pesca a pulmón libre-; son vendidos como esclavos por sus padres por cantidades irrisorias a usureros para trabajar en la fabricación de alfombras, ladrillos, obras públicas, etc.; niñas son entregadas al servicio doméstico en jornadas de quince horas a cambio de cama y comida. Y además, en muchas ocasiones esto lleva asociado el abuso sexual del menor, cuando no son vendidos a redes de prostitución que operan por todo el mundo.

“Los niños son mano de obra barata, no dan problemas, son fáciles de adoctrinar y tienen miedo, razón por la que también son más dóciles.”

Un 61% de los menores que trabajan, en torno a 153 millones de niños, según un informe (2) de la Organización Mundial del Trabajo (OIT), se encuentra en Asia. Un 32%, 80 millones en Africa y un 7%, 17,5 millones en América Latina. “Una de las razones por la que los gobiernos y sociedades de estos países no se han mostrado más activos en la oposición a las formas más perjudiciales de trabajo infantil según la OIT, es que los niños trabajadores no suelen ser fácilmente visibles. Es un ejemplo de ‘ojos que no ven, corazón que no siente’”. Y lo más lacerante es que mientras estos niños trabajan sus padres están desempleados. Son mano de obra barata, no dan problemas, son fáciles de adoctrinar y tienen miedo, razón por la que también son más dóciles. Y una de las cuestiones por las que muchos acaban siendo reclutados a la fuerza para participar de forma activa en conflictos armados. Un gran número pierde la vida o es torturado, golpeado, interrogado o hecho prisionero de guerra. Según Amnistía Internacional, al menos 300.000 niños y niñas combaten en algún conflicto bélico. Una parte del futuro del planeta está siendo minada.
Estos millones de niños han sido privados de su derecho sagrado a una vida digna, a una formación y una cultura. Pero no sólo eso, sino que han sido privados de experiencias profundas, sensaciones, en los años más sensibles de su vida, básicos para su desarrollo como personas. Y eso, no se puede devolver. as silenciosas, revolución silenciosa.

Por el hecho de haber nacido mujer en este planeta, millones de personas no tienen derecho a vivir porque al nacer son asesinadas; o torturadas, violadas, agredidas, insultadas o están exentas de los derechos humanos más fundamentales. En una palabra y según define la ONU, “son tratadas de una u otra manera como una propiedad”. Las leyes de los gobiernos, la economía y sus objetivos, junto con la educación, o mejor dicho, la falta de educación, han conseguido mantener en silencio y seguir “produciendo” a estas rentables esclavas.
Explotación sexual, trabajo doméstico servil, matrimonios forzados, compra y venta… Las cifras son impresionantes, más en estos momentos donde muchas mujeres, cabeza de familia, toman la decisión de abandonar el país para buscar un futuro para los suyos y acaban inmersas en redes de prostitución o similar.
Todo esto está pasando ahora. Pero también otras cosas de las que vamos a hablar a continuación y forman parte de otro movimiento que surge imparable.
Un grupo de mujeres están rompiendo el silencio. Hay firmeza en su voz, en sus movimientos, pero también hay dolor, sacrificio y lucha. Quieren explicar al mundo sus ideas y su forma de ver la vida, muy distinta a lo conocido hasta el momento. Están rompiendo cadenas y están ayudando a otros a romperlas porque quieren escribir ellas mismas su guión, fuera del dictado de los que hasta ahora las han tenido sometidas. Para ello están empleando algo que nadie les ha podido quitar, su libertad interior, su imaginación y su creatividad. Y con ello están explorando nuevos espacios, están abriendo nuevos caminos que otros hombres y mujeres están siguiendo.
Como Shirin Ebadi, abogada iraní, último Nobel de la Paz por su defensa de la democracia y los derechos humanos dentro del hermetismo del mundo árabe. Esta activista y defensora, no sólo de los derechos de la mujer sino de otro modelo de democracia participativa, ha dejado atrás las persecuciones y los encarcelamientos de los que ha sido objeto para convertirse en un importante referente en la lucha por la liberación de la mujer, a pesar de las amenazas de los sectores más integristas de su país que aún hoy pesan sobre ella.
Como también Somaly Mam, una camboyana que fue vendida como esclava y vivió el infierno de la explotación sexual cuando contaba apenas catorce años. Hoy esta mujer está entregada en cuerpo y alma a la lucha contra la explotación sexual de las menores en su país y ayuda a las jóvenes a salir de esa situación como pudo hacer ella en su día. Ha creado a la ONG de Ayuda a mujeres en situaciones desfavorecidas, AFESIP y ha sido merecedora del Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional. A pesar de que su labor es reconocida internacionalmente, está amenazada de muerte.

La esclavitud que vivimos en nuestro tiempo, no es un fenómeno individual, sino que tiene un carácter social y colectivo.

La pasión por la libertad de ideas une a filósofas que están renovando los espacios de reflexión. Bajo el eslogan “Paremos el mundo para cambiarlo”, cientos de sindicalistas hablan de una nueva relación del ser humano con el trabajo. Otras mujeres están accediendo a la primera línea política y trabajan por la democracia participativa. Otras lo hacen a través de la literatura, la investigación, el periodismo, la economía… Estas y otras tantas mujeres anónimas han soñado con un mundo diferente al que les ha tocado vivir y están luchando por ello.
Existe una mujer que aún permanece esclava, pero también está surgiendo una nueva raza de mujeres que pueden cambiar el mundo y lo están haciendo.

La lucha por la dignidad.
La humanidad se encuentra en un punto sin retorno, como nunca antes había estado. La mayor parte de la riqueza del planeta se encuentra en manos de un reducido grupo de personas que con sus decisiones e intereses han puesto en marcha un sistema político y económico donde el hombre es un número más con el que comerciar. Lo mismo ha ocurrido con la biodiversidad, los ecosistemas, el aire, la tierra, hasta el agua, elementos que han acompañado al hombre desde sus orígenes, forman parte ahora de intereses privados.
El grupo de excluidos aumenta de forma galopante. Pero ni el hambre, ni la explotación, ni el haber sido arrancados de la tierra, han conseguido hacer callar a un grupo cada vez más numeroso de hombres que se está levantando en diferentes lugares del mundo para luchar por algo que nadie puede quitarles: la dignidad.
Más del 60% del pueblo boliviano poseedor de uno de los subsuelos más ricos del planeta, vive por debajo del umbral de pobreza. Mientras, un pequeño grupo de poderosos acapara la riqueza del país desde hace más de dos siglos. A finales del pasado año fuimos testigos de cómo el pueblo se lanzó a la calle para defender sus recursos naturales y expulsar del poder a Sánchez de Lozada y su gobierno, subordinados de EEUU. Pero esta rebelión popular coincidió -nos recuerda un grupo de intelectuales firmantes de la Declaración por la Defensa de la Humanidad (3)- con la resistencia civil y política en Haití contra el autoritarismo de Aristide; con la de Puerto Rico al exigir el desmantelamiento de la base norteamericana de Vieques; con la de Argentina y los desocupados que bloquean rutas; con la de indígenas en Ecuador, que se levantan en contra del racismo y la discriminación; con la de Brasil y los campesinos sin tierra; con la de México que defiende sus recursos estratégicos frente a la voracidad trasnacional; con la de Venezuela y los activistas que han emprendido la defensa de la revolución boliviana, y con la de Chile y los jóvenes que luchan contra un sofisticado modelo de exclusión social.

Hoy, los grilletes son dorados. El dinero lo compra todo y las víctimas vuelven a ser las mismas: los pobres, los débiles o los que están enfrentados a los grupos de poder.

Y todo esto estaba teniendo lugar a finales del pasado año. Un impresionante movimiento en cadena que ya había comenzado antes y que desde FUSION hemos denominado la voz del Pueblo Universal; una voz que está sonando y marca la diferencia cada vez más abismal entre las dos concepciones del mundo.
Estas voces suenan en las calles, gritan y en sus pancartas podemos leer: ¡Juntos somos más!, ¡juntos podemos parar un país!
Anteponer el dinero o el poder a la vida de las personas es declarar la guerra al ser humano y eso no están dispuestos a permitirlo, aseguran los portavoces de las organizaciones de campesinos, sindicatos e indígenas. “Creemos en el vecino -exclaman- y en la fuerza que tiene uno con otro”.
El Pueblo Universal está en la calle, se representa a sí mismo, y tiene un objetivo común: Recuperar la tierra, luchar por su dignidad y contra cualquier tipo de sometimiento o explotación del ser humano.
Cada día son más los hombres y mujeres que desde todos los lugares del mundo, se unen con sus protestas a este movimiento. Todos han soñado con otro mundo. ∆

(Vía : Revista Fusión http://www.revistafusion.com/2004/febrero / http://perspectivaafrodescendiente.wordpress.com

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